Por Fede Bardier
Este iba a ser el año de los Nets. El mensaje fue: no importa
el impuesto de lujo, no importa nada. Nada. Jason Kidd volvía a casa para dirigir al equipo desde la banca. A Brook Lopez, D-Will y Joe
Johnson se le sumaba el corazón de Boston, Kevin Garnett y Paul Pierce. Y un Shaun Livingston
nuevito y afinado. Y mucho recambio: Teletovic, Kirilenko, Plumlee, Terry. Jugadores suficientes para
darle descanso a los veteranos sin hacer concesiones. Un equipo con muchos
centímetros en todas las posiciones. En los papeles, un cuadro perfectamente
capaz de pelear con Miami, Oklahoma, San Antonio...
Y entonces, la debacle. Un
equipo que no se encuentra o no se quiere encontrar. Lesiones, críticas, hilaridad periodística. Y para
peor, antes de mitad de año se lesiona el mejor jugador, aquel en torno del cual giraría el equipo. El
único que no se podían dar el lujo de perder. En apenas un ingenuo movimiento, López dilapida decenas de palos verdes invertidos en una temporada, se fractura el pié y termina su temporada. No es que no había más margen para mejorar: no había margen para ser más espantoso: los Nets tenían un record de 9 partidos ganados, 17 perdidos.
Son rarísimas las fuerzas del deporte: ahí Brooklyn empieza a caminar. Pero la explicación no es la magia, sino la pericia: Kidd encuentra finalmente el funcionamiento con
un híbrido entre jugadores grandes en el perímetro y relativamente cortos de
centímetros en la pintura. Con Pierce como ala pivot, se le da a Garnett
el descanso necesario y éste alterna entre posiciones de 4 y 5. Al mismo tiempo, empiezan los traspasos. Y
ninguno de los que viene mueve realmente la aguja, en casi ningún sentido,
salvo Marcus Thornton muy levemente.
Y entonces, aparece Jason Collins. A primera
vista, tampoco cambia nada. A esta altura, los Nets siguen en sexto lugar y un
grande que promedió menos de 4 puntos por partido en su última temporada en la
NBA no los va a poner arriba de Indiana.
Entonces, ¿porqué me voy a dedicar el resto de este texto a decir cuánto sentido tiene para Brooklyn el contrato de Collins? Es sabido que el equipo de Prospect Heights estaba atrás de otro jugador un poco más
influyente, pero de todas maneras un contrato como el de Collins evitaba a los
Nets el dolor de pasar a la siguiente franja del impuesto de lujo. Nadie espera
que este ex Clippers de un batacazo, a pesar de que en sus mejores épocas en Atlanta era el "anti Howard" que había en la liga. Esa
es la esperanza de Kidd, con quien compartió temporadas muy prolíficas en esta liga.
Hay que tener en cuenta que en este sistema de los Nets con
jugadores de estatura en el perímetro y relativamente cortos de centímetros en
la pintura, Collins funciona como engranaje para jugadas que están diseñadas
para Joe Johnson, Pierce, el intermitente Deron Williams, o incluso Garnett. Pero, ¿dónde están las fortalezas de Collins? Ante
todo es muy bueno encajonando lejos de la tabla a jugadores peligrosos en los
rebotes ofensivos. A pesar de que no se impone en números, ni siquiera
interesantes, en cuanto a rebotes se refiere, todos los equipos en los que jugó
mejoraron notoriamente su porcentaje, especialmente en defensa, con este en cancha. Y eso, para un equipo falto
de velocidad, es oro. Me corrijo. Es oro para cualquier equipo.
En resumen, Brooklyn juega muchos minutos con
Williams, Johnson, Livingston en el 3, Pierce en el 4 y Garnett como pivot.
Collins les da la chance de volver a poner centímetros en cancha, sacando a
Garnett al 4, y a Pierce al 3, y dándole la chance a KG de hacer uso de su mas
que efectivo tiro largo.
Y todo eso, sin mencionar el brutal golpe de efecto que una franquicia que lleva el nombre de una ciudad tan bullente y abierta en lo cultural contrate al primer jugador abiertamente declarado gay en la historia de la liga. Todo un avance también para el deporte. Esa es la primera gran contribución de los nuevos Nets. No será un campeonato, pero no es para nada algo menor para empezar. Y vienen los playoffs.
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