martes, 28 de enero de 2014

Son los valores, imbécil


Desde hace un buen tiempo, unos cuantos amigos me gastan con el hecho de que cada vez estoy más metido en la NBA, en sus franquicias, sus figuras, sus periodistas. Los argumentos de las bromas son variados y, en sintonía con el género, en su mayoría inexactos. Se mencionan varias cosas: desde que en el fútbol uruguayo no tengo razones para disfrutar demasiado tiempo por ser hincha de Peñarol hasta que es la respuesta a no haber tenido un club de básquet respetable en mi barrio (lo más cerca era el Olivol Mundial, más famoso en aquel momento por las grescas que por los éxitos deportivos). Y mi favorito: que ver la NBA es una forma de despreciar el deporte de mi país y acercarme al capitalismo yanqui, completamente opuesto al folclore del deporte nacional, forjado -según ellos- en la virtud de sobreponerse a la falta de recursos, de contar con la ¿entrañable? permanencia de la viveza criolla y del boliche como herramienta y de tener la suerte (???) de no necesitar competitividad a nivel internacional.

Personalmente tengo mi propio diagnóstico y, si bien seguramente algo de todo lo mencionado tenga que ver conmigo, creo que lo que más me acerca a la NBA es la posibilidad de disfrutar en total sanidad mental de un deporte marcado por la competitividad y el espectáculo. Voy a poner un ejemplo claro: uno puede ser hincha de un equipo a muerte y enfermizo detractor de LeBron James, pero el tipo te gana a talento. No se puede odiar demasiado a alguien que te enchufa un fader soberbio faltando dos segundos en el reloj y que le da el partido a su equipo. El talento, la proeza del deportista te gana. Y después, te ganan sus números, te gana la forma en que los equipos-franquicias los contratan y compromenten, te ganan los roles que terminan desarrollando en comunidades de hinchas de una ciudad, te gana que de todas formas mantengan la personalidad y no sean una especie de seres que no se sabe bien de qué país o ciudad son.

La NBA se compone de más de 500 narrativas, todas entrecruzadas entre sí. Son más de 500 historias de jugadores que se han formado para ser los mejores. No los mejores del barrio, ni los mejores del liceo, o los del equipo de la facultad. Son los mejores en lo que hacen porque juegan contra los mejores, porque quieren llegar a jugar contra los mejores. Piense en el tercer suplente de un equipo de la NBA y no tenga dudas: en la mayoría de los casos, no hay un basquetbolista en el mundo que en ese momento pueda quitarle su sitio.

Pero en algunos casos hay jugadores que sienten estar preparados para más que eso y lo demuestran. Con apenas 20 años cumplidos, el base de Cleveland Kyrie Irving va por su segundo All-Star game. Damian Lillard tiene 23 años y apenas uno de profesional y también va por ese partido que consagra a ciertos jugadores como parte de la élite dentro de esos 500 que son los mejores en lo suyo. Ya son millonarios, además.
Ahora, ¿qué tal si yo les digo que, llegada cierta edad, hay jugadores que están atrás de incluso algo más que todo eso?

Algo así pasó con Kevin Garnett cuando, tras doce años de muy buenos números y cero chances de ganar un título NBA, decidió ir a jugar a los Boston Celtics con Paul Pierce y Ray Allen. "Boston es una hermandad", decía Garnett nomás al llegar a la ciudad en este comercial de Adidas en el cual habla, básicamente, del valor extra de pertenecer a algo mucho más grande que la leyenda de uno o dos jugadores, o tres. O de un trofeo, o dos, o tres, o siete. "Acá, la individualidad no tiene lugar porque estás en un lugar formado por muchísima gente que hizo muchísimas cosas, todas diferentes", le dice a unos pibes en ese aviso, mientras recorren fotos de los Celtics más importantes de la historia: Bill Russell, Larry Bird, Robert Parish.



"Lo que importa es lo que está acá porque esto es lo que nos une", dice Garnett, parado arriba del logo del equipo más glorioso de Boston, una ciudad que parece vivir para el deporte. "Esto sale del vestuario y se va para las calles", dice Garnett antes de salir del estadio con los chicos del aviso y comenzar a recorrer algunas cuadras de la ciudad con ellos.

Tuve la suerte de estar muchos días en Boston y de entender lo que es eso. En Boston, cuando los equipos de la ciudad juegan playoffs, el ayuntamiento de la ciudad se enbandera con los colores de los equipos. Los locales pintan stencils con los logos y palabras como "BELIEVE". La gente sale a correr o a hacer los mandados enfundada en esos colores. Todo lo que pasa alrededor empuja a ese equipo. A la larga y por contacto, esa pasión como que se te contagia. Y encima con los Celtics hay algo que los empuja también que es algo... ¿cómo decirlo? ¿como lo que le pasa a la selección uruguaya de fútbol en los últimos campeonatos? Quizá es eso lo que me hace ser tan hincha de Boston, más allá de los 17 campeonatos coleccionados en la historia de la franquicia. Boston siempre está jugando en ese estilo quizá poco vistoso, poco showtime, regularmente de banca. Pero nunca lo descartan. No hay quién se anime.

Cuando un tipo como el propio LeBron James te dice que los partidos contra Boston son los más difíciles porque cualquier tipo en esa camiseta juega más, corre más, bardea más, uno entiende que hay algo atrás de eso que lo sustenta, que lo cataliza. Ese fue Garnett en Boston. La imagen de lo que fue KG para Boston se ve -también- en ese mismo aviso: después de salir a caminar con 8 o 10 pibes, medio barrio los acompaña. Eso es lo que pasa cuando juega Boston. Sin termez. Sin "etoébostonyloganamodepesaomuñá". Con incondicionalidad, entendiendo que la franquicia es más grande que cualquier individualidad, incluso a la hora de decir adiós y dejar paso a lo que venga. Eso es lo que hace que haya sido tan importante lo que pasó el domingo pasado, cuando KG entró a jugar al Boston Garden enfundado en una camiseta que no le queda tan bien como aquella número 5. Son esas historias de compromiso y fidelidad las que nos acercan al deporte de una manera especial. Y que hacen que pasen cosas como estas que se ven en el video de aquí debajo al final de una carrera.

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